El crecimiento económico y demográfico de La Habana durante el siglo XVIII implicó un cambio significativo en la arquitectura doméstica. Este proceso no solo aumentó la cantidad de viviendas, sino que también transformó su tipología, escala y ornamento. Las nuevas casas reflejaban el ascenso de una oligarquía local y la consolidación de nuevas funciones residenciales y comerciales.
Rosalía Oliva describe esta transformación: “El crecimiento económico trajo aparejada la creación de una oligarquía local. Estos grupos sociales en ascenso van a construir, o transformar lo ya hecho, para demostrar un cierto prestigio dentro de la sociedad” (Oliva, 2014, p. 424).
Uno de los tipos característicos surgidos en este período es la casa almacén, que integraba espacio residencial y comercial. Según Oliva, “se creará un nuevo tipo de vivienda: la casa almacén, con entresuelos” (Olivia, 2014, p. 424). Esta tipología respondía a la nueva función portuaria de la ciudad, concentrando los servicios en las plantas bajas y las residencias en los pisos altos.
La imposibilidad de extender la ciudad hacia afuera del recinto amurallado llevó a una verticalización. “Incapaz de extenderse o modificar su trazado la ciudad interior terminó modificando su altura y elevándose para dejar las plantas o pisos bajos habilitados para las necesidades comerciales del puerto” (Oliva, 2014, p. 424).
En términos arquitectónicos, estas casas presentan una organización más compleja. Como señala Weiss, “en la planta alta es notable la galería que da acceso a las habitaciones y continúa hasta el traspatio, la cual, con sus cuatro metros de ancho y cuarenta y cuatro de largo, es probablemente la más extensa de sus congéneres coloniales”
(Weiss, 1949, p. 101).
A su vez, los recursos ornamentales y estructurales se enriquecen. “El arco mixtilíneo del zaguán de Obrapía, uno de los mayores y más complejos de su clase […] enlaza la puerta de este zaguán con la ventana superior y su balcón, coronado por el escudo nobiliario de los Castellón” (Weiss, 1949, p. 101).
Uno de los ejemplos más significativos de este momento es el Palacio del Segundo Cabo, edificado en la segunda mitad del siglo XVIII. Esta obra se enmarca dentro de la monumentalización del entorno de la Plaza de Armas. “Ambas construcciones definen el carácter monumental de la Plaza de Armas, exteriorizando el cambio de escala de la dominación colonial en Cuba” (Transformación Urbana en Cuba, 1974, p. 20).
El Palacio, junto con el de los Capitanes Generales, estableció un nuevo modelo de arquitectura residencial y administrativa, combinando elementos barrocos adaptados al clima caribeño: patios interiores, zaguán amplio, fachada de piedra, balcones corridos y escudos nobiliarios.
En suma, la vivienda en la Nueva Habana barroca no solo cambió en su dimensión física y técnica, sino también en su rol simbólico. Expresaba la jerarquía social, las funciones económicas emergentes y el nuevo horizonte cultural traído por las reformas borbónicas y el pensamiento ilustrado.
Nueva Habana – La vivienda
La vivienda en la Habana colonial de los siglos XVI y XVII estuvo marcada por la diversidad de formas constructivas, el uso de materiales locales y una clara diferenciación según el estatus socioeconómico de sus habitantes. Lejos de una uniformidad, el paisaje doméstico reflejaba la heterogeneidad social de la naciente ciudad caribeña.
Rosalía enfatiza que “en el período de estudio muchos ejemplos evidencian que coexistieron en una misma manzana casas de rafa, tapia y teja (de una o dos plantas), con otras de tapia y guano, casas colgadizos, casas de tablas y embarrado, bohíos y solares sin construir”(Oliva, 2014, p. 236). Esta variedad era reflejo de las posibilidades materiales, económicas y técnicas de sus habitantes.
La diferenciación social se materializaba directamente en la vivienda. Como señala la autora: “las variantes constructivas estaban estrechamente relacionadas al estatus social de las familias que la habitaron. […] Los negros libres y criollos, moraron en bohíos, casa de embarrado, casas de madera con cubierta de guano y otras construcciones humildes” (Oliva, 2014, p. 236).
Por su parte, las élites habitaban casas de mayor complejidad espacial. “Los grupos de poder generalmente vivieron en casas de patio, de uno o dos niveles” (Oliva, 2014, p. 236). Estas viviendas ofrecían una organización jerárquica de espacios, con zaguán, sala, aposentos, patio central y áreas de servicio al fondo del solar. Esta disposición permitía separar las funciones sociales, domésticas y de servidumbre, reforzando el orden colonial en su versión más cotidiana.
Desde lo técnico, los materiales dominantes eran el barro, la tapia, la madera, el guano y la teja. Weiss lo resume de manera precisa: “las escrituras de compraventa se refieren reiteradamente a casas construidas de ‘rafas, tapias y tejas’, lo que prueba la popularidad de este sistema, sin duda por ser muy económico y expedito” (Joaquín Weiss, 1949, p. 54).
Las cubiertas eran particularmente importantes como elementos estructurales y protectores. En palabras de Oliva, “en una primera etapa fueron frecuentes las cubiertas de paja y terrado” (Oliva, 2014, p. 175), reflejando una construcción más rudimentaria y ligada al contexto climático local.
Por tanto, más que una tipología fija, la vivienda colonial habanera de esta etapa fue un abanico de soluciones espaciales y constructivas. Como señala Oliva : “se desarrollaron variadas tipologías constructivas. Se construyeron desde casas de patios, característicos de parcelas compactas, hasta huertas con una o varias edificaciones” (Oliva, 2014, p. 174).
En síntesis, el espacio doméstico en la vieja Habana no fue solo un ámbito privado, sino un reflejo del orden social, económico y cultural que estructuró la ciudad desde sus cimientos.
Vieja Habana – La vivienda