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La transformación de La Habana durante el siglo XVIII responde a una serie de cambios estructurales vinculados con el crecimiento económico, el aumento demográfico, las reformas borbónicas y la creciente importancia estratégica del puerto en el sistema imperial español. Este proceso convirtió progresivamente a una ciudad colonial portuaria en una capital barroca de gran densidad y monumentalidad.

En cuanto a la expansión física, el crecimiento fue notable dentro del recinto amurallado. “En 1600, la ciudad se extiende en una superficie de 1/3 km² con 2000 habitantes […] en 1750, en el recinto de 1 ½ km², se nuclea en 120-130 manzanas una población de 50.000 personas, con una densidad de 330 habitantes por hectárea” (Transformación Urbana en Cuba, 1974, p. 22). Este crecimiento conllevó también una verticalización del tejido urbano, con viviendas que comenzaron a incorporar altos y entrepisos para usos comerciales y residenciales.

El eje urbano pasó a ser multipolar. “El centro direccional constituido a lo largo de un eje paralelo al puerto […] se configura por la unión de calles –Mercaderes y Oficios– y plazas –de Armas, de San Francisco y Plaza Nueva–” (Transformación Urbana en Cuba, 1974, p. 10). A este sistema se sumaron nuevas zonas hacia los márgenes, generando una ciudad policéntrica que respondía a nuevas lógicas funcionales, económicas y sociales.

A nivel arquitectónico, se manifestó un cambio cualitativo. Oliva destaca que “el crecimiento económico trajo aparejada la creación de una oligarquía local. Estos grupos sociales en ascenso van a construir, o transformar lo ya hecho, para demostrar un cierto prestigio dentro de la sociedad” (Oliva, 2014, p. 424). Este prestigio se materializó en viviendas de mayor escala, con patios más amplios, fachadas ornamentadas, entrepisos y galerías abiertas a la calle.

También se consolidó una estética urbana barroca, visible en las portadas, balcones, rejas y torres. “Prima la sequedad de planos y volúmenes, atenuada por los detalles formales […] el cromatismo de las superficies repelladas y el progresivo aligeramiento de las masas pétreas, logrado con la inserción de arcadas y columnas” (Transformación Urbana en Cuba, 1974, p. 15). Estos elementos configuran una Habana barroca que no imita a otras ciudades europeas, sino que adapta los códigos estilísticos a las condiciones locales.

Por otra parte, la ciudad no solo cambió en su forma, sino también en su estructura social y moral. “Una población de servicios –criada en la miseria y la promiscuidad– convivía con comerciantes enriquecidos, funcionarios reales, clérigos, marinos y esclavos urbanos. Esta mezcla dispar dio lugar a un paisaje social contradictorio y móvil” (Transformación Urbana en Cuba, 1974, p. 15).

La influencia de las ideas ilustradas y las reformas borbónicas también se hizo sentir. “Se implementan en la isla las reformas borbónicas, las cuales se revierten en cambios significativos en la trama urbana de La Habana, nuevos espacios públicos, mayor número de construcciones civiles, militares y religiosas; aumento de población […]” (Oliva, 2014, p. 424).

Así, la Habana del siglo XVIII pasa de ser una ciudad colonial fragmentada y funcional a convertirse en una ciudad barroca estructurada por ejes, con una creciente monumentalidad en sus edificios civiles y religiosos, un paisaje urbano dinámico y nuevas formas de habitar que reflejaban la complejidad de una sociedad en transformación.

Nueva Habana – La ciudad

La fundación de San Cristóbal de La Habana fue resultado de múltiples desplazamientos hasta consolidarse en su ubicación definitiva. Como explica Oliva, “la villa se organizó como un caserío a partir del extremo posterior del canal de entrada al puerto […] implementándose dos maneras de urbanismo: la primera, del siglo XVI, bajo la influencia de la ideología medieval; y luego asumiendo un ideario renacentista” (Oliva, 2014, p. 134).

La forma urbana inicial fue marcada por la irregularidad. En palabras de Oliva, “las primeras viviendas se erigieron de forma desorganizada. […] La trama geométrica constituyó la estructura urbana habitual en América, con excepción de la Ciudad de San Cristóbal de La Habana” (Oliva, 2014, p. 134). La ocupación del suelo era libre, sin obedecer a un patrón regular ni a los principios de las Leyes de Indias que luego sí orientarían otras ciudades.

En cuanto a la organización social, el Cabildo jugó un papel determinante. Este cuerpo de poder distribuía solares, reglamentaba la construcción y establecía la jerarquía territorial. Como dice Oliva, “el Cabildo exigía su fabricación en un tiempo menor a seis meses. Si el vecino incumplía, le eran impuestas multas de seis pesos y la pérdida del solar” (Oliva, 2014, p. 163).

La precariedad del trazado fue señalada incluso por autoridades coloniales. En un acta de 1578, se expone: “Que por quanto en solares que se an dado an çercado e tapiado algunos e se an metido en la calle e no queda calle derecha ni conviniente […] las calles están tuertas” (Oliva, 2014, p. 164).

La economía temprana se centró en la ganadería y el tránsito marítimo. Camañes señala que “a falta de oro en la región, se convirtieron en la única riqueza objeto de explotación […] la agricultura y la ganadería” (Sanz Camañes, 2004, p. 270). La posición geográfica privilegiada convirtió a La Habana en punto clave para el comercio y la Carrera de Indias, consolidando su rol portuario.

En cuanto a los materiales de construcción, predominaban los de bajo costo y disponibilidad inmediata. “Las casas de madera y rafas con techos de guano se generalizaron por toda la isla durante varios siglos […] en las primeras décadas de poblamiento […] las iglesias y demás construcciones importantes tuvieron también techos de guano” (Oliva, 2014, p. 180). Estas tipologías convivían con otras más duraderas. “Coexistieron en una misma manzana casas de rafa, tapia y teja (de una o dos plantas), con otras de tapia y guano, casas colgadizos, casas de tablas y embarrado, bohíos y solares sin construir” (Oliva, 2014, p. 174).

Este conjunto de características (crecimiento espontáneo, diversidad constructiva, jerarquía social y función defensiva) configuran a la vieja Habana como un tejido urbano precario, pero en proceso de consolidación. Desde esta base, el desarrollo posterior daría paso a las estructuras urbanas barrocas del siglo XVIII.

Vieja Habana – La ciudad

La ciudad de San Cristóbal de La Habana fue fundada entre abril y agosto de 1514, inicialmente en la costa sur de la isla de Cuba, para luego trasladarse en 1519 al norte, a orillas del puerto natural que formaba su bahía. Esta nueva localización estratégica no fue casual: ofrecía una posición de resguardo privilegiada para las flotas españolas, convirtiéndose en punto nodal del sistema de comercio imperial entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Desde sus orígenes, La Habana se estructuró como ciudad portuaria y militar, con una función esencialmente defensiva y de paso, más que como centro administrativo o residencial.

En sus primeros momentos, la ciudad no respondía aún a los principios urbanos sistematizados por la Corona. El trazado respondía más bien a una lógica espontánea, siguiendo el patrón heredado de las ciudades medievales españolas: calles estrechas y desordenadas, viviendas simples y escasos edificios institucionales. La plaza de armas, único espacio público de relevancia, concentraba las funciones de poder, religión y comercio. La escala era reducida, y los materiales constructivos locales, humildes. Como señala Benevolo, “las primeras ciudades coloniales se levantaban con prisa y escasos recursos, buscando sobrevivir más que representar”

(Benevolo, 1975, p. 97).

Sin embargo, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, La Habana fue transformándose profundamente. De ser un asentamiento fronterizo pasó a constituirse en una ciudad clave del imperio hispánico en América. Su consolidación como escala obligatoria de la Flota de Indias, el desarrollo de su economía mercantil, y su creciente población (nutrida por españoles, criollos, esclavos africanos y mestizos) provocaron una expansión urbana acelerada. El espacio construido comenzó a reflejar las nuevas jerarquías sociales . Aparecieron nuevas plazas, edificios civiles de mayor porte, residencias patricias, ejes estructurantes y ornamentos representativos del barroco hispanoamericano.

Este proceso no fue homogéneo ni planificado en bloque, sino el resultado de múltiples tensiones: entre las directrices de la Corona y las dinámicas locales, entre los principios del urbanismo ideal y las condiciones reales del sitio, entre la necesidad funcional y la voluntad de representación. Como explica Camañes, “la ciudad hispanoamericana no fue sólo un reflejo del poder imperial, sino también una respuesta adaptativa a las condiciones del nuevo territorio y sus habitantes” (Sanz Camañes, 2004, p. 33).

En el caso habanero, esta evolución se manifestó no solo en la escala urbana, sino también en la arquitectura doméstica. Las casas simples y lineales fueron dando paso a viviendas con patio central, plantas más complejas, cuartos altos y fachadas decoradas. El ornamento barroco, se fue haciendo presente a través de portadas de piedra, balcones de madera tallada y patios porticados. Rosalía sostiene que “entre 1650 y 1750 se desarrolló un modelo de vivienda urbana adaptado a las condiciones climáticas, materiales y sociales locales, pero que incorporaba también los lenguajes del barroco peninsular” (Rosalía Oliva, 2014, p. 173).

Esta transición de una “ciudad colonial” a una “ciudad barroca” no implica un cambio brusco, sino uno  progresivo. No se abandonaron del todo las estructuras previas, sino que se superpusieron nuevas formas, funciones y sentidos. Como señala Nicolini , “el barroco urbano en América fue más una práctica que una teoría: una forma de habitar, ordenar y decorar la ciudad desde una sensibilidad específica, y no un estilo impuesto desde arriba” (Nicolini, 2000, p. 1086).

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Introducción

Nuestro trabajo propone un análisis comparativo entre dos momentos clave en el desarrollo urbano de La Habana: su configuración inicial como ciudad colonial (Vieja Habana) y su posterior transformación durante el período barroco (Nueva Habana). A través del estudio de sus plazas, edificaciones y ornamentos, se busca comprender cómo el cambio de escala, estética, funciones y organización espacial reflejaron la evolución de las estructuras sociales, económicas y políticas de la ciudad.

El objetivo principal es analizar el proceso mediante el cual La Habana pasó de ser una ciudad portuaria estratégica organizada en torno a una única plaza y edificios funcionales, a consolidarse como una urbe barroca con una arquitectura más monumental, compleja y representativa del poder civil. Este proceso se refleja especialmente en el desarrollo de nuevas residencias, en la presencia del ornamento como vehículo ideológico, y en la progresiva fragmentación del tejido urbano.

La metodología adoptada se basa en una estructura en mosaico abordando la transición a través de una lectura comparativa entre la vieja y la nueva Habana. Mosaico: en sentido horizontal se analizan cuatro escalas (ciudad, plaza, vivienda y ornamento), y en sentido vertical se comparan los dos momentos históricos. Este enfoque permite observar con claridad las continuidades y rupturas entre ambos períodos, tanto en términos espaciales como simbólicos., donde cada fila recorre escalas urbanas (ciudad, fragmento, edificio y detalle) y cada columna compara ambos períodos históricos. Este abordaje permite detectar contrastes y continuidades en el trazado, diseño y uso de los espacios públicos y privados.

"el desarrollo de una ciudad barroca supuso la multiplicación de las centralidades, los desplazamientos funcionales y la emergencia de nuevas jerarquías urbanas" (Gutiérrez, 1983, p. 99). En definitiva, mostramos los factores que impulsaron esta transformación: crecimiento poblacional, cambios económicos y pérdida progresiva del control imperial.

Resumen

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